lunes, 7 de abril de 2008

El alba del estío


He abrazado el alba de estío.
Nada se movía aún en la fachada de los palacios.
El agua estaba muerta
Los campos de sombras no abandonaban el camino del bosque
Avancé, despertando los hálitos vivos y tibios, y las pedrerías miraron,
y las alas se alzaron sin ruido
La primera aventura fue, en el sendero ya repleto de frescos y pálidos destellos,
una flor que me dijo su nombre
……………………………………………..

Entonces levanté uno a uno los velos
En la alameda, agitando los brazos
Por la llanura, donde la denuncié al gallo
En la gran ciudad ella huía entre los campanarios y las cúpulas,
y corriendo como un mendigo por los muelles de mármol,
yo la perseguía
En lo alto del camino, junto a un bosque de laureles, la rodeé con sus velos amontonados,
y sentí un poco su inmenso cuerpo
El alba y el niño cayeron en el fondo del bosque
Al despertar era mediodía

Jean Arthur Rimbaud
Nació en el seno de la clase media rural de Charleville, Mézières, en el Departamento de las Ardenas, en el noreste de Francia, en la calle conocida hoy como Bérégovoy. Su padre, Frédéric Rimbaud, era capitán del ejército en la guarnición de Mézières y participó en la campaña de Argelia, donde obtuvo la Legión de Honor. Se casó con Vitalie Cuif, una joven natural de Chuffilly-Roche, aldea cercana a Attigny, y se instalaron en Charleville. Tuvo con ella cinco hijos, Frédéric, Arthur, Victorine, Vitalie e Isabelle, antes de abandonar a su familia cuando Arthur tenía siete años. En la familia de Rimbaud, la madre es recordada como una figura autoritaria, rígida educadora y con gran afán de respetabilidad: prohibió a sus hijos jugar en la calle con los hijos de los obreros, y el domingo iban todos en fila a la iglesia mientras la madre cerraba la marcha. Rimbaud detestaba la tiranía materna y se fugaba frecuentemente, pero siempre volvía al redil en Charleville, donde, todavía un jovenzuelo, se aburría mortalmente.

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